Este fin de semana me he acordado de mi madre. Bien- no se vayan a pensar. ¡Pobre madre mía!
Me explico.
Estuve visitando a una amiga de las Hispanias que se ha estrenado en esto de la maternidad hace poco. La muy valiente estuvo de parto dos días, así completitos, con sus cuarenta y ocho horas, una detrás de otra. El sufrimiento tuvo traca final, cesárea y por supuesto recompensa, un precioso miniking@. La pobre lo contaba con resignación y sobre todo con el alivio de haberlo pasado. Su madre de visita, la miraba con esa cara que sólo las madres ponen/mos cuando alguno de nuestra prole sufre…. Y ella de resignación ná de ná, mas bien indignación, estupor y asombro, porque a su hija la habían mandado a casa hasta tres veces estando de parto. ¡Cosas del mundo sanitario vikingo! Eso sí, todo ello envuelto en una gran prudencia, que ya se sabe que eso de opinar sobre cómo se hacen las cosas en el país del yerno puede crear conflictos internacionales….
Por si no lo sabían, ya se lo confirmo yo.
Allí estuvimos compartiendo dudas maternales, que no sé si acaban por resolverse pero hay que ver lo bien que sientan estos ratitos de terapia. Tan animadas estábamos despachando partos, primeros baños y lactancias varias que apenas reparamos en que la “abuela” iba y venía. Hasta que una de sus visitas puntuales nos anució con pesadumbre: ¡Ay mi pobre miniking@, si ni siquiera le ha visto un pediatra!
Rápidas todas, cual felinas, nos apresuramos a contarle que mejor que no, porque si en Vikingolandia un pediatra ve a tu miniking@ es que algo serio pasa. En este país la especie “médico especialista” está muy protegida.
En su defecto durante el primer año y medio de vida del bebé, todos somos obsequiados con la visita en casa de una enfermera de nombre impronunciable. Entiéndanme, no es que todas las enfermeras tienen un nombre difícil, es que este tipo de enfermeras especializadas en el control posnatal reciben “el corto y sonoro nombre “ de ……
Un momento, un momento, que esto requiere cierta gimnasia de pre-calentamiento fónico: lengua en alto, campanilla hacia delante y con confianza, repitan conmigo: SUN-HEDS-PLE-JER-SKE. ¡Muy bien!
Otra vez: SUN-HEDS-PLE-JER-SKE.
No está mal, no está mal. Iremos practicando.
Esta buena mujer, a la que, para evitar luxaciones de campanilla, llamaremos simplemente enfermera, es como una mezcla de MacGyver en versión femenina por los artilugios que trae consigo o emplea y Huevo Kinder en versión humana, por las sorpresas que te depara cada una de sus visitas.
Estas son, por lo general, la mar de distendidas, con café y pastel incluido. Sentados entorno a un buen cafetito, se habla de lo divino y lo humano, y ella, la de nombre impronunciable, pregunta por todo y todos. Para que engañarnos, a la que suscribe le resultó fantástico comprobar que después de haberse convertido en Mamá Gata aún seguía siendo visible… aunque sólo fuera para una enfermera y puntualmente.
Pasado el ratito de “hygge”, empieza el espectáculo: fase de mediciones in-situ.
Medir al bebé. ¿Cómo? Pues claro está, con una cinta métrica, como se ha hecho toda la vida de Thor. La que me tocó no la llevaba consigo así que, una, nueva en estas lides, preguntó la primera vez ingenuamente:
-¿pero de las de costurera o extensible?. Usamos la primera guiándonos por nuestro sentido común.
¿Amigos, alguna vez han intentado, medir a un bebé que no para de moverse con un cinta métrica de costurera? Para mí no hubo opción, tuve que colaborar en el proceso. Conclusión primera medida: mi Gatoking@ resultó ser el primer caso en el mundo que había mermado en su primer mes de vida….Repetimos la medición, tras sugerir que quizás sería conveniente estirar la cinta métrica. Resultado definitivo y cito palabras textuales: “diremos que mide 60 cm”. Pues eso diremos, añadí yo convencida de la exactitud milimétrica de la medida…..
Aviso a navegantes: el siguiente párrafo puede generar cierta ansiedad.
Absténganse de leerlo si padece del corazón o está pasando por un mal momento.
¡Avisados quedan!
Mientras colaboraba en la medición exhaustiva de mi Gatoking@ andaba yo especulando cómo iba a pesarlo. Supuse que emplearía el peso de casa, con el método infalible de obtención de peso por diferencia de pesada de padre/madre con/sin bebé. No sé que pensaría el bueno de Heisenberg, ya saben el del Principio de Incertidumbre, de este tipo de mediciones, pero la incertidumbre definida en su principio, una menudencia al lado de la que experimentó la que suscribe la primera vez que vió sacar del bolso de Mary Poppins que traía consigo, una «balanza romana». Sí, sí una balanza romana de las que se usan en los mercadillos repartidos a lo largo y ancho de las Hispanias. Paralizada por lo que mi mente intuía iba a pasar a continuación, observé que no había «platillo» para colocar al miniking@. Pero nuestra súper enfermera la mar de resuelta, solicitó una tela tipo gasa, hizo con unos nudos una especie de bolsa, metió a la criaturita como si la trajera la cigüeña y le pidió a la parte vikinga que colocara las manos debajo del bebé por si se movía durante la medida, que tuvo a bien -gracias a Odín- hacer encima del sofá.
– Pues 4,900 gr., dijo tan contenta.
-¿A cuánto está el kilo?. -me faltó preguntar. Pero sinceramente una tenía el corazón en un puño y lo único que quería era coger a su peque de semejante prodigio de tecnología.
Con el paso del tiempo, estas “experiencias sanitarias post-natales” me dibujan una sonrisa y hasta las “asumo” como parte del pack vikingo. ¿Será que me estoy integrando? Pero entiendo que para todas “nuestras “ madres, que no han elegido el pack y que ante todo son madres, estas aventuras les puedan parecer chocantes, primitivas, distintas, sorprendentes, inesperadas e incluso impropias del S.XXI.
Y es que madre, sea de dónde sea: no hay más que una
¡¡Va por ellas!!