Pensarán que he desaparecido…
Pero no, aquí estoy de nuevo.
Les pongo al día. Ando con la pelambrera un poco de punta y maullando por las esquinas. Olfateo novedades en mi vida, de esas de las grandes, que implican un punto de inflexión y comienzo de nueva etapa. Seguro que conocen ese sentimiento, es la duda permanente en forma de angelito y diablo, los dos acuciándote, ninguno te deja vivir, te acompañan a todas partes y en todo momento. Hasta que un día te levantas y les dices: «Amigos, Gata ha decidido que debe abandonar mi cabeza y dejar de acosarme (redoble de tambores mientras se abre el sobre)»: ……
Como saben los gatos tenemos siete vidas, así que nos podemos permitir el lujo de cambiarla de vez en cuando, o al menos eso nos gusta creer. ¿Qué cómo sé, que estoy en ese momento? Pues porque tengo el mismo runrun en el estómago que la última vez que hubo un cambio importante en la vida de esta Gata. No les digo más, que entonces cerré el chiringuito, y me vine a Vikingolandia, así, sin más. Pero no, no se preocupen que de momento la mudanza no entra en esta nueva etapa, o al menos de momento. Con la de esfuerzos, frustraciones, adaptaciones y re-adaptaciones con las que una se las ha tenido que ver en este tiempo….no es cuestión de tirar la toalla ahora y hacer el petate … aún no.
Tremendo proceso ésto de “integrarse sin desintegrarse”, es una carrera de fondo, en la que “el fondo “ está tan lejos que difícilmente se percibe….y en ocasiones cuando se cree que la carrera discurre plácidamente por una zona plana donde todo es bien visible y fácilmente controlable, de pronto viene un repecho que no esperabas, que te sume en “la sorpresa”…de nuevo.
Por estas cosas de la vida, que no vienen al caso, una ha podido comprobar que no importa los años que lleves fuera de tu país ni las experiencias que hayas acumulado, la esencia original, en general, se mantiene. A priori ésto es positivo, pero en ocasiones no es precisamente la mejor esencia la que se mantiene….. ¡Desagradable hallazgo, para qué mentirles!
En éstas ha andado Gata estos días, debatiéndose entre el enfa…cabreo mayúsculo, la rabia contenida y la reflexión profunda sobre el comportamiento humano. ¡Tremenda elucubración!
De todos es sabido que los de las Hispanias nos caracterizamos por nuestra picaresca, que algunos llevan muy a gala. No seré yo quien niegue que en ocasiones tiene su “gracia»….pero hay que saber elegir muy bien la ocasión. Especialmente si vives en otro país con otras coordenadas ético-sociales, donde se es minoría étnica- ya saben como el negrito de “Amanece que no es poco”- y tu actitud no solo te representa a tí como persona, sino al conjunto de tu país de origen, gracias a esta tendencia tan extendida de generalizar al conjunto la actitud de uno de sus elementos.
En dos palabras, que como uno de mis compatriotas ha resultado ser “pícaro” (dejémoslo ahí), por arte de birlibirloque, ahora todos lo somos.
¡No señor, claro que no!
Tratando de digerirlo, e indignada principalmente por la actitud del compatriota, me invitaron a una reunión de trabajo. Como era algo informal, decidí llevar algún pastel para el “hyggemomento” que seguro tendríamos con el café. Una, respetuosa con las normas locales, se descalzó al entrar en la casa. Entregué los pasteles y comenzamos la reunión.
Hablamos, y hablamos, y hablamos, y hablamos…
Dos horas después con la lengua como un trapo, y sin visos de que el ansiado café llegara, el vikingo anfitrión decidió levantarse a por agua, principalmente porque estaba sediento, ¡no se vayan a pensar! Agua del grifo que a servidora le supo a un agua delicatessen tipo “Iskilden”.
Y seguimos hablando, planificando, organizando, hablando….hasta que un rugido inesperado interrumpió la conversación. Los estómagos avisaban que la hora del frokost (comida) había pasado hacía un tiempo. El vikingo amablemente me dijo que no tenía nada en la nevera- Hvadddddd?, pero que podíamos bajar a comprar algo en la tienda de abajo. Nååååå! Flexible y ágil como buena Gata me adapté a la situación y nos bajamos a comprar la comida.
Amablemente me dijo que invitaba porque no había tenido tiempo de comprar nada. Yo, de acuerdo a mis coordenadas de Gatolandia respondí equivocadamente:»No te preocupes, no pasa nada. No hace falta que me invites”. El vikingo raudo y veloz aceptó sin más. No hizo falta decirlo una segunda vez, ni insistir, ¿para qué?. Una ya está acostumbrada a sujetar la puerta a los fornidos vikingos, o a que jamás la dejen pasar primero, pero ¿qué tal guardar las formas ” no, por favor yo invito” “no hombre, faltaría más, pago yo”, aunque sólo fuera para disimular y tal vez subsanar tan austera hospitalidad?
Después de, por supuesto, pagar cada uno su comida, nos subimos otra vez, comimos y seguimos la reunión. Pasado un rato, dimos por terminada la reunión.
Nunca llegó el momento del café. Los pasteles imagino que se los tomarían en familia tan rícamente.
Lo curioso es que el vikingo en cuestión es de los que ha vivido en Hispania, años, domina el idioma y conoce nuestras costumbres….o eso creía yo.
Esto me llevó a redireccionar mi enojo patrio y darle un tinte más global. El ser humano, vikingo, hispano o chino da lo mismo, tiene una facilidad pasmosa para no asimilar lo bueno de otras culturas a la vez que se empeña en mantener a capa y espada lo menos bueno de la propia. No es que me consuele, pero ya saben mal de muchos….
¿Es para reflexionar, sí o sí?