Inhumano, simplemente inhumano.
Este país vive siempre con la puerta abierta y así no se puede vivir.
Esta claro que la seguridad que reina por lo general en Vikingolandia y que determina que la vida por estos lares se puede definir como tranquiiiiiiiiila, no debe llevarles, amigos, a engaño. El vikingo, por lo general confiado, lo mismo deja a su hijo durmiendo en la calle que la compra en la bici mientras se adentra en un nuevo supermercado a la búsqueda de ese último ingrediente que se le resiste.
Esta sensación de seguridad reinante, se puede decir en todo el país, es mayor a medida que uno se aleja de “las grandes ciudades” y se adentra en la profunda, desértica y rural Vikingolandia, donde es fácil encontrar en los arcenes de las carreteras unos carritos con bolsas de viandas varias, normalmente productos de la tierra, con un cartelito indicando el precio. Al lado una cajita donde los compradores peregrinos pueden depositar su dinero cuando tomen lo que deseen comprar.
Nadie en las cercanías que supervise el tenderete.
Ya les oigo, murmurando y con voz sarcástica: “Seguro que la caja está vacía y no hay ninguna bolsa de productos”. ¡Qué ingenuos!
Pues se “han colao, bacalo”. Normalmente la caja suele tener monedas, aunque sinceramente no sé si corresponden a la cantidad de viandas vendidas… que una ejerece de simple y ocasional consumidora, no de contable en tránsito.
Esta confianza más o menos ciega en que el otro va a cumplir con las reglas sin necesidad de que nadie le diga nada, ni le obligue más que su conciencia, para que engañarles, viniendo de donde vengo, me enternece y despierta toda mi admiración al mismo tiempo. Tan vikingos y tan “naífs”.
Pero claro, como les decía una cosa es confiar en que el hermano humano vikingo o asimilado que vive en su territorio cumpla con sus obligaciones y otra muy distinta es confiar que la Madre Naturaleza y algunos de sus díscolos hijos se comporten como humanos cumplidores. ¡No se puede ser tan “naíf”! De vez en cuando hay que cerrar la puerta, ¡hombre!
Eolo, dios del del viento, el más loco de todos, lo sabe y por eso siempre está por aqui con sus peores ínfulas. Es el único en este país que viene de visita sin avisar y todos a recibirle. ¡Qué injusto, y los demás teniendo que avisar con semanas o meses de antelación, simplemente para tomar un café!
Viene, se instala, nos vuelve locos y se va. Una y otra vez. No importa la estación del año: invierno, primivierno, veroño u otoño.
Hoy es precisamente uno de esos días, donde una gritaría, si pudiera, porque en cuanto se abre la boca, Eolo se cuela hasta las entrañas: ¡Esa puertaaaaaaaaaaaaaaa! ¡Qué alguien cierre esa puerta por Odín!
Minikingos que apenas se mantienen de pie, a los que la experiencia semi-religiosa de levitar por arte del viento o que el columpio de turno se balancee en todas las direcciones posibles hasta hacer un bucle y ponerles del revés les alegra el día. Personas mayores que gracias a Eolo empujándoles recuperan instantánea y momentáneamente la agilidad perdida recordándoles tiempos mozos en los que esa velocidad era el tempo natural del día a día. Y luego estamos el resto de mortales que no le encontramos gracia alguna a semejante adversidad climatológica y menos si por un casual hay que desplazarse en bici.
Afortunadamente el país es plano, porque una no puede imaginarse semejante pesadilla cuesta arriba …ni tampoco cuesta abajo.
La experiencia de base es…limitante, una se sube a la bici y a partir de ahí es Eolo quien conduce; que tienes la suerte de que chupe rueda trasera, entonces llegarás sin duda antes que ningún día eso sí con unos buenos coloretes en las mejillas que más quisiera Heidi para sí después de una carrera por las montañas suizas…Si por el contrario, Eolo ha tomado la delantera y es una la que está en el pelotón perseguidor y no contento con llevarte la delantera además decide contraatacarte con toda su fuerza, entonces… no hay nada que hacer. Pedalearás, pedalearás, pondrás todas tus energías, tus mejores marchas y no avanzarás ni un centímetro, exactamente como en esos dibujos animados que mientras pedalean sin moverse del sitio ven como el resto de la vida les pasa.
Pero como todo es susceptible de empeorar, nada como verse “succionado”-literalmente- por un “pasillo de viento”. Si es el caso y se puede, lo mejor es bajarse e ir andando, volando, reptando o lo que se pueda antes de que Eolito te baje de un empujón. ¡Se lo juro por Vickie el Vikingo!. En el centro de la capital de Vikingolandia hay un tremendo pasillo de viento entorno a los lagos, es como un agujero negro intergaláctico, en versión terrenal y ventosa. Una cuando entra en bici nunca sabe cuándo ni cómo saldrá…..
Pero hoy salí…. maltrecha pero salí.
Así que ahora que estoy en casa y a salvo: ¡Por favor que alguien cierre la puertaaaaaaaaaaaaaaa de una “pxzjhtw» vez!