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Archive for octubre 2013

Pero la canción de Gata no sigue como la verdadera sino “por el camino no me entretengo”.A no ser que quiera perder una de mis vidas.

¡Vaya día el de ayer!

Para los que vivimos en el ámbito geográfico de estas tierras vikingas, la noticia nos va a ocupar unos días. Porque este tipo de situaciones por su dimensión y consecuencias requieren de un tiempo para asimilarse.

Ayer tuvimos visita, y no precisamente de esas que te deja buen sabor de boca.

Nos visitó una tormenta, anunciada como tal, que con el transcurrir de las horas y para sorpresa general de muchos, se convirtió en huracán, el peor desde hace 11 años por estas tierras vikingas del sur.

La que suscribe estaba avisada desde el viernes anterior, -¡porque fíjate tú!-, que la tormenta venía de Inglaterra, precisamente a donde “ mi vikingo” tenía que ir y-¡fíjate que doble casualidad!-, precisamente en el mismo momento en el que estaría en su máximo apogeo por aquellas tierras, en la madrugada del domingo al lunes y en algunas zonas, lunes por la mañana.

Avisados estábamos desde allí y desde aquí, pues se empezaban a dar avisos de tan incómoda visita. El problema es que la realidad superó a lo anunciado.

El día amaneció gris, pero el cambio de hora y este mes de octubre terminando no hacían presagiar un día soleado. La que suscribe se fue a trabajar, que para eso era lunes. Nada anormal durante la mañana. De vez en cuando mirábamos por la ventana. Igual de encapotado pero ni rastro de la tormenta. Alrededor de las tres de la tarde, se empezaba a oir algo de viento, pero para los que vivimos aquí, eso no es anormal. En cuestión de una hora, el viento dejó de ser un leve ruido y era fácil empezar a ver que no sólo las nubes volaban, literalmente, sino todo aquello que fuera un poco ligero y no estuviera anclado.

Visto el panorama desde el interior y previa consulta multimedia de todo lo imaginable, decidí que me iba a casa, en previsión de que aquello que iba a ser una tormenta fuerte tornara en algo más serio. Antes de salir, una compañera me ofreció un casco de los que se usan en obra, para protegerme por si por el camino encontraba que algún objeto volador no identificado decidía aterrizar sobre mi cabeza. Me reí de la ocurrencia, porque aquello no era tan grave- le dije.

¡Calladita hubiera estado más guapa!

Salí de la oficina, y apenas había dado tres pasos, recibí un hermoso empujón del primo de Zumosol de Eolo. Me sorprendió, para que qué voy a decir otra cosa. Seguí avanzando como pude y me adentré en una calle que resultó ser un pasillo de aire huracanado que te succionaba. Con mas fuerza que maña conseguí llegar hasta la la mitad, camino de la estación del tren, y de pronto un vikingo en manga corta- ¿pero esta gente qué tipo de termostato tiene?- se lanzó a mitad de la calle gritando. Había lluvia y no precisamente de estrellas. Trozos de tejados de los edificios colindantes habían empezado a volar y gracias a este hombre no aterrizaron sobre la cabeza de Gata.

Cambio de ruta para llegar a la estación. Al menos podía ver a lo lejos el tren. Sólo era cuestión de llegar, montarse y a casa. Fácil, ¿no?

Pues no. Una que llegaba a la estación contenta de haber superado la primera prueba de la yincana, se topó con el cierre de los andenes en sus narices. No hay trenes y no se sabe cuando van a volver a funcionar-pude oir en la megafonía. Rápidamente pensé en un plan B: comprar algo de comida, volver a la oficina y trabajar un rato hasta que pasase. En esas andaba una, cuando un policía se me acercó, me cogió del brazo y muy tranquilamente me dijo : “Estamos evacuando la estación. No se puede estar aquí”. Gata y hordas de vikingos la mar de tranquilos y con caras de “ ¿pero esto es la tormenta o hay una cámara oculta? nos encontramos de pronto en mitad de la calle, rodeados de sirenas por todas partes, intentando hacer piña para no volarnos y si nadie que nos contara lo que pasaba.

Vale, el plan B no había funcionado, porque para ir a la ofi tenía que atravesar la estación y no podía. No importa, Plan C: buscar un bus que me acercase un poco a mi zona. Como pude y con mucho ahínco me “inserté” en un autobús. Un tramo que normalmente debe llevar unos veinte minutos, nos llevó algo más de una hora. A Odín gracias con tanta gente dentro era difícil ver todo lo que volaba a nuestro alrededor.

Cuando llegamos a destino, parada final en nueva estación de tren, los trenes seguían sin funcionar. Pero había buenas noticias, afortunadamente simpre las hay. Uno de los buses que salían de allí tenía parada en mi zona. ¡Estaba de suerte! Así que con “la noche tan agradable que hacía» decidí sentarme a esperar al próximo a buen recaudo, en el banco que estába bajo la cubierta de la marquesina. Ya me puedo relajar…. – pensé. A lo que sin duda ayudó el masaje aerodinámico del banco, arriba y abajo, calma, arriba y abajo, calma….

Llegó el autobús. Parecía que el viento amainaba. Pero era sólo en algunas zonas. Llegamos a mi parada. Me bajé y ví a un hombre mayor agarrado a la parada del autobús. Quería tomar el autobús pero no podía,se caía del viento. Como pude lo subí al bus.

Ya quedaba menos para llegar a casa. En el camino, apenas había luz, iba mirando arriba y abajo a partes iguales. No tenía ganas de sorpresas volantes. Llegué a mi estación de origen, cogí mi bici y me fui a casa. ¡Volando, cómo no!

Dos horas después de salir de la oficina por fín entraba por la puerta de mi casa.

¡Sana y salva y nada consciente de las dimensiones de los efectos de «la tormenta» !

Nota: 800 personas evacuadas en la estación de Lyngby donde yo estaba. 1500 personas atoradas en trenes en distintos puntos de Dinamarca, algunos medios dieron cifras entorno a 5000 en algún momento.1 muerto en Sjælland, una chica en estado crítico en København y 70 heridos de distinta consideración en Fyn….además de numerosos daños materiales.

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Vikingolandia es caro, para qué engañarnos.

En general la gente en cuanto oye país vikingo, sufre una crisis metamórfica, que grosso modo se resume en tres fases.

Primera fase, la pupila muta a símbolo del dólar, o en su defecto para los eruditos en países vikingos, al símbolo de la corona, pensando simplemente en los sueldos astronómicos que se pueden ganar y que han oído que ha dicho el vecino que le han contado de uno del barrio que conoce a… que vive en Vikingolandia.

Segunda fase, la mente se teletransporta a ese edén donde se ha oído también que la calidad de vida es altísima y todo transcurre en paz y armonía, lo que hace que año tras año sus habitantes sean los más felices del mundo.

Y la tercera fase, y ésta es sin duda la más arriesgada, en pleno éxtasis con episodios de levitación y guiados por los oráculos que les brindan informaciones recabadas en “fuentes muy fiables”, ya saben, ese del barrio, algunos de ellos se lían la manta a la cabeza, atan el petate y se van hacia El Dorado, a la que una más bien llamaría “El Morado”.

Sí, sí, EL Morado. Pero calma, calma, no se alboroten, que ya entederán por qué.

Nadie aprende de las experiencias de otros, así que no seré yo quién diga una sóla palabra sobre la conveniencia o no de la tercera fase, sobre todo en los tiempos que corren… Porque además, ¿quién soy yo para meterme en la vida de nadie y sin saber qué le mueve a tomar determinadas decisiones? ¿No me fui yo también?

Pero, ¿alguien tiene a bien contarles la cara oculta de semejante país de ensueño? Climatología e idiosincracia vikinga aparte, en éste, el país más feliz del mundo, uno viene a ponerse “morado” a pagar.

Una que llegó con la idea de estar una temporada, corta a poder ser, quedó impactada en su primera visita al supermercado. Acostumbrada a comprar en euros y por kilos, el cálculo del precio de “El CALABACÍN “en coronas me provocó alguna que otra arritmia además de importantes migrañas para encontrar una receta en la que se pudiera usar “EL CALABACÍN” junto con “EL PIMIENTO”. La adaptación llevó su tiempo no se crean, pero a todo se hace una, de tal modo que ahora cuando ando de visita en las Hispanias, noto ciertas miradas inquisitivas de reojo hacia mi cesta de la compra…

Recuerdo que en aquellos mis primeros días vikingos faltaba gel en casa, y viendo que no se reponía solo, opté por aventurarme de nuevo en el supermercado. Localizada la sección, se trataba sólo de elegir y comprar. A Thor gracias, o más bien a su deidad globalización, las marcas eran muy similares a las que conocía, así que aquello debía de ser fácil. Miré y remiré, busqué y rebusqué, pero fui incapaz de encontrar una botella de gel por menos de 50 kr (6,70 Euros). Espantada, me giré escrutando a los vikingos que me rodeaban y disimuladamente los olfateé… Pero, ¿esta buena gente se duchará todos los días con el gel a estos precios? Ya, ya sé, el tono les está pareciendo un poco “marujil”, si hasta a mí me lo parece, pero comprenderán ustedes que pasar de pagar 2 a 6,70 euros, exactamente por el mismo bote de gel en cuestión de dos días, crea cuando menos cierto estupor, ¿no?

Aquí se paga por todo: que tienes tele y /o radio en casa, amablemente pasarán a cobrarte por casa por hacer potencial uso, lo hagas o no, de ellas y de este modo contribuyes a financiar la tele y radio públicas. Que estás en un café tomándote un refrigerio y de pronto tienes sed y pides un vaso de agua, prepárate para pagar al menos 5 coronas que pueden elevarse hasta 20 (casi 3 euritos) si el líquido elemento hábilmente escanciado en el vaso desde el grifo viene aderezado con “el cubito de hielo” y “la pajita”. Más te vale irte bebido de casa, porque por estas tierras “darás de beber al sediento” trae recargo…

El vikingo humano tiene tan interiorizado el hábito de pagar que te pueden pedir un cigarro y encontrarte con 5 -10 coronas en la mano. Gata aún recuerda un día que estaba cambiando pañales a uno de los gatoking@s y se me acercó una mamá vikinga con 15 coronas en la mano para “comprarme” un pañal. Cuando vió que no era “økologisk” (ecológico) ella misma optó por rebajar a 10 coronas el precio. No sé cuál de las dos resulltó más sorprendida si ella por que Gata no quisiera cobrarle o Gata por que quisiera pagarle.

El tiempo lo cura todo, dicen, y el estado de shock inicial por el coste de la vida en este país deja paso lentamente a cierto comportamiento bipolar, en el que la resignación y la capacidad de asombro luchan por imponerse. Ni que decir tiene que la primera se ha hecho la dueña de la finca…

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