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Archive for the ‘Impuestos en Vikingolandia’ Category

Vikingolandia es caro, para qué engañarnos.

En general la gente en cuanto oye país vikingo, sufre una crisis metamórfica, que grosso modo se resume en tres fases.

Primera fase, la pupila muta a símbolo del dólar, o en su defecto para los eruditos en países vikingos, al símbolo de la corona, pensando simplemente en los sueldos astronómicos que se pueden ganar y que han oído que ha dicho el vecino que le han contado de uno del barrio que conoce a… que vive en Vikingolandia.

Segunda fase, la mente se teletransporta a ese edén donde se ha oído también que la calidad de vida es altísima y todo transcurre en paz y armonía, lo que hace que año tras año sus habitantes sean los más felices del mundo.

Y la tercera fase, y ésta es sin duda la más arriesgada, en pleno éxtasis con episodios de levitación y guiados por los oráculos que les brindan informaciones recabadas en “fuentes muy fiables”, ya saben, ese del barrio, algunos de ellos se lían la manta a la cabeza, atan el petate y se van hacia El Dorado, a la que una más bien llamaría “El Morado”.

Sí, sí, EL Morado. Pero calma, calma, no se alboroten, que ya entederán por qué.

Nadie aprende de las experiencias de otros, así que no seré yo quién diga una sóla palabra sobre la conveniencia o no de la tercera fase, sobre todo en los tiempos que corren… Porque además, ¿quién soy yo para meterme en la vida de nadie y sin saber qué le mueve a tomar determinadas decisiones? ¿No me fui yo también?

Pero, ¿alguien tiene a bien contarles la cara oculta de semejante país de ensueño? Climatología e idiosincracia vikinga aparte, en éste, el país más feliz del mundo, uno viene a ponerse “morado” a pagar.

Una que llegó con la idea de estar una temporada, corta a poder ser, quedó impactada en su primera visita al supermercado. Acostumbrada a comprar en euros y por kilos, el cálculo del precio de “El CALABACÍN “en coronas me provocó alguna que otra arritmia además de importantes migrañas para encontrar una receta en la que se pudiera usar “EL CALABACÍN” junto con “EL PIMIENTO”. La adaptación llevó su tiempo no se crean, pero a todo se hace una, de tal modo que ahora cuando ando de visita en las Hispanias, noto ciertas miradas inquisitivas de reojo hacia mi cesta de la compra…

Recuerdo que en aquellos mis primeros días vikingos faltaba gel en casa, y viendo que no se reponía solo, opté por aventurarme de nuevo en el supermercado. Localizada la sección, se trataba sólo de elegir y comprar. A Thor gracias, o más bien a su deidad globalización, las marcas eran muy similares a las que conocía, así que aquello debía de ser fácil. Miré y remiré, busqué y rebusqué, pero fui incapaz de encontrar una botella de gel por menos de 50 kr (6,70 Euros). Espantada, me giré escrutando a los vikingos que me rodeaban y disimuladamente los olfateé… Pero, ¿esta buena gente se duchará todos los días con el gel a estos precios? Ya, ya sé, el tono les está pareciendo un poco “marujil”, si hasta a mí me lo parece, pero comprenderán ustedes que pasar de pagar 2 a 6,70 euros, exactamente por el mismo bote de gel en cuestión de dos días, crea cuando menos cierto estupor, ¿no?

Aquí se paga por todo: que tienes tele y /o radio en casa, amablemente pasarán a cobrarte por casa por hacer potencial uso, lo hagas o no, de ellas y de este modo contribuyes a financiar la tele y radio públicas. Que estás en un café tomándote un refrigerio y de pronto tienes sed y pides un vaso de agua, prepárate para pagar al menos 5 coronas que pueden elevarse hasta 20 (casi 3 euritos) si el líquido elemento hábilmente escanciado en el vaso desde el grifo viene aderezado con “el cubito de hielo” y “la pajita”. Más te vale irte bebido de casa, porque por estas tierras “darás de beber al sediento” trae recargo…

El vikingo humano tiene tan interiorizado el hábito de pagar que te pueden pedir un cigarro y encontrarte con 5 -10 coronas en la mano. Gata aún recuerda un día que estaba cambiando pañales a uno de los gatoking@s y se me acercó una mamá vikinga con 15 coronas en la mano para “comprarme” un pañal. Cuando vió que no era “økologisk” (ecológico) ella misma optó por rebajar a 10 coronas el precio. No sé cuál de las dos resulltó más sorprendida si ella por que Gata no quisiera cobrarle o Gata por que quisiera pagarle.

El tiempo lo cura todo, dicen, y el estado de shock inicial por el coste de la vida en este país deja paso lentamente a cierto comportamiento bipolar, en el que la resignación y la capacidad de asombro luchan por imponerse. Ni que decir tiene que la primera se ha hecho la dueña de la finca…

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Perdonen el retraso, he estado de retiro…

Los vecinos del norte, tan hospitalarios ellos, me han invitado a su casa, y Gata se lo ha tomado en serio y ha decidido compartir sus experiencias con ellos.

Hoy me pueden leer por aquí.

http://www.notehagaselsueco.es/2013/09/24/lo-que-cuesta-tener-fe-en-dinamarca/

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Diario de un padre estresado

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